domingo, 4 de diciembre de 2011

Reflexiones con un Premio Cervantes


Gran verdad es esa de que nunca se deja de aprender, pero cuando se dan los primeros pasos, la lección de un maestro resulta fundamental. Si, como ha sido mi caso, tienes la suerte de que dicho maestro sea nada más y nada menos que un Premio Cervantes, la lección magistral se convierte en todo un privilegio y un placer inenarrable. Pero, a pesar de ello, osaré intentarlo y trasladar al lector una vaga idea de mi encuentro con José Jiménez Lozano.

A sus 81 años, don José se presenta como un hombre cercano, de palabra fácil, a veces atropellada. Sus penetrantes ojos, que en ocasiones parecen querer salirse de esa cara marcada por el tiempo, observan todo cuanto acontece alrededor, como si quisiera absorber en un instante el conocimiento que flota en el ambiente. Sólo con esa actitud se entiende una carrera literaria tan brillante.

Nacido en Langa (Ávila), Jiménez Lozano reside desde hace décadas en el vallisoletano municipio de Alcazarén, en una casa de sabor rústico con amplios jardines que se intuyen apetecibles para pasar largas tardes estivales. En este caso, los rigores del clima castellano desaconsejan tal extremo y el insigne escritor me recibe en su despacho, donde un flexo ilumina su gran mesa de madera mientras la penumbra inunda el resto de la estancia, repleta de libros que ya ni caben en los estantes, y entre ellos, el mío.

Don José aún no lo ha leído, no hace mucho que lo tiene y apenas lo ha ojeado. Su tranquila vida en Alcazarén se ve a menudo interrumpida por compromisos en Valladolid o Madrid, o en cualquier otro sitio donde una reunión de escritores o una mera conferencia a jóvenes estudiantes requiera de su presencia y sabiduría. Sin embargo, ya me ha convocado para recibir halago o reprimenda cuando haya realizado una lectura más profunda.

No hablamos de mi libro, pues, pero hablamos de literatura, de lo que es ser escritor, de lo que fue ser escritor y de lo que será ser escritor; de la tiranía del mundo editorial y las bondades de sus campañas promocionales que quitan al lector la prerrogativa de dictar qué obra se convertirá en 'Best-Seller', pero también del enfangado terreno de lo políticamente correcto.

POLÍTICAMENTE CORRECTO

Mención aparte requiere este capítulo. En el escritor abulense que en 2002 logró el Cervantes, el mayor reconocimiento para un autor de habla hispana, florecen la rabia y la tristeza. Frente a la desaparecida censura, donde se fijaba una serie de puntos que "no se podían tocar", Jiménez Lozano lamenta que ahora lo políticamente correcto "eche a los escritores" que no se someten "a ese pensamiento único, de una forma sutil, bajo una aparente libertad".

Por suerte no he conocido la censura y no llego a estar del todo de acuerdo, pero reconozco lo peligroso de ese dogma de fe que supone lo políticamente correcto, algo que, como su propio término indica, debería atañer exclusivamente a los políticos.

Debate, algún acuerdo, algún desacuerdo y muchas anécdotas, y es eso lo más delicioso, conocer a través de sus protagonistas las vivencias de un escritor a lo largo del siglo XX, como sus tertulias literarias en su época de estudiante en Madrid, en las que, al igual que yo hoy, visitaba en los cafés más destacados de la capital a ilustres plumas como Pío Baroja.

Diferentes anécdotas en algo más de una hora de encuentro que quedan en mi memoria como uno de los momentos más útiles para seguir adelante con esto de la literatura y seguir avanzando, mejorando a través del ejemplo de los mejores. Un encuentro cálido en una fría tarde de domingo.

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