Castello del Valentino |
"Es el valle donde descansa Turín un lugar húmedo, por lo que no es de extrañar que las riberas del Po estén repletas de densa vegetación. Uno de esos bosques es fruto de leyendas de santos y enamorados, de modo que todo el mundo se refiere a él como el parque de Valentín, o Valentino. (...) Existe en el corazón de ese parque un castillo de sabor añejo que la duquesa Cristina se ha empeñado en transformar en un elegante palacio de estilo francés. Varios años lleva ya con sus reformas para convertir este edificio en su residencia permanente, fuera de una ciudad que apenas soporta. Por ello, y a pesar de que las obras continúen, la madama pasa ya la mayor parte del año en este castillo del Valentín, que pronto mostrará nuevo rostro, de líneas clásicas, a la moda de París".
Via Madama Cristina en Turín |
Se mostraba bastante ágil tras su quinto embarazo, aunque seguramente su figura acusara el desgaste de tanto parto y no fuera la misma que cuando casó con Víctor Amadeo, allá por el 1619. La pequeña Margarita Violante tenía ya casi tres meses y parecía una niña sana, lo que llenaba de alegría a su madre. La madama se sabía amada por su esposo, pero el carácter tranquilo y sobrio del duque chocaba con el vitalismo y la ociosidad de la francesa, bien aprendidos en la corte de París. Por eso, buscaba el punto picante de lo carnal en los brazos de otros hombres, fundamentalmente en los de Felipe San Martín, aunque también un día los buscó en los míos".
"-Viva il principe Tommaso!
Ese grito de ánimo de algún oficial me hizo volver a la realidad y me dio esperanza. Un sudor con sabor a alivio recorrió mi frente al comprobar cómo los escasos defensores que quedaban extramuros abandonaban la lucha y se refugiaban tras la Puerta del Castillo. Las cosas estaban saliendo bien, quizá en unas horas Turín fuera al fin nuestro".
"Desde entonces el enemigo resistía en aquel complejo defensivo de donde había salido para lanzar numerosas ofensivas con las que tratar de recuperarla, afortunadamente sin éxito. Sin embargo, resultaba casi imposible expulsarlo de donde estaba, pues la ciudadela de Turín era un lugar perfectamente diseñado para resistir un largo asedio y rechazar cuantos asaltos se produjeran. Era casi inexpugnable, lo que hacía que la ciudad se convirtiera en el frente, y sus calles, en el campo de batalla".