miércoles, 15 de junio de 2022

Hasta siempre, Ángela

En Valladolid, mi pueblo y el suyo de adopción, se nos ha muerto como del rayo Ángela Hernández Benito, a quien tanto queríamos. Llevaba mucho tiempo enferma y casi no le quedaban fuerzas, pero no ha querido con su muerte ensombrecer la Feria del Libro y parece que ha esperado a que acabara para exhalar su último aliento, sin molestar. Cuatro años antes, en otra Feria del Libro, me dedicaba un ejemplar de su Escribo para decirte que te odio (Abelia, 2016), novela con la que me descubrió la figura del escritor maldito Ángel Vázquez.

Mucho antes de eso, yo era sólo un niño, pero como siempre he tenido una especial habilidad para recordar anécdotas mientras me olvido de algo de la lista del súper, lo recuerdo perfectamente. Era sábado. Mi padre trabajaba un sábado por la mañana sí y otro no. Ese día era de los que sí. Así que ahí estábamos mi madre y yo, en el coche, esperando a la puerta de su trabajo en el polígono de San Cristóbal para recogerlo e irnos juntos a pasar el fin de semana al pueblo. Mientras esperábamos, escuchábamos la radio. Por aquel entonces Eva Moreno, su hija, conducía el A vivir Castilla y León en la Cadena Ser. De pronto, una voz frágil, esforzada por no extinguirse, se coló en el micrófono. Hablaba de algo ocurrido hacía un porrón de años en Valladolid y venía a decir que gracias a lo que ocurrió, la ciudad del Pisuerga tenía su cuota de protagonismo en los antecedentes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


Así descubrí lo que había sido la Controversia de Valladolid, así me lo enseñó Ángela. No pasó mucho tiempo, acaso unos meses, acaso un año, cuando fuimos con el colegio a visitar la Casa Museo donde nació Zorrilla. Era mi primera vez en aquella casa, a la que identificaba por estar enfrente de donde mis padres se hacían el pasaporte y el DNI. Una mujer, su directora, nos recibió con generoso cariño y amabilidad para enseñárnosla y hablarnos de su ilustre morador, el que escribió el Don Juan Tenorio. No necesité más que escuchar su quebradiza voz para comprender que se trataba de la misma que me había desvelado la Controversia de Valladolid en la radio.


Hubo más visitas, seguramente con el instituto, que no recuerdo tanto. Pero sí recuerdo acudir mucho tiempo después, cuando empezó a darme por estropear papel con algunas novelas de discutible fuste, para pedir un hueco y una oportunidad. Especialmente para una, una versión del Tenorio zorrillesco prosificada y ambientada en la Nueva York de nuestros días. Quería presentarla en el jardín romántico de la casa con la ayuda de unos amigos actores. No hubo ningún problema, Ángela me ofreció su ayuda y su mejor disposición para que además de mancillar la obra del poeta, también mancillara su hogar con mis torpes letras.


A cuenta de aquel libro, quiso un compañero fotógrafo hacerme unas fotos para ilustrar una noticia sobre el mismo. Se le ocurrió que la Casa Zorrilla sería un buen escenario, y de nuevo encontramos la colaboración de Ángela, que hasta me dejó posar con dos viejos sables para darle un toque gamberro a la foto. Así era, siempre dispuesta a ayudar a quien compartía con ella la pasión por la literatura y que buscara una oportunidad.


La prueba de que su apoyo no era un caso aislado la brindó el proyecto literario Contamos la Navidad, con un emotivo homenaje en la que siempre sería su casa, la de Zorrilla, allá por diciembre de 2016, poco después de su jubilación tras tres décadas al frente de aquel espacio cultural.


No era sólo una solvente gestora cultural y una excelente divulgadora, también era escritora, y muy buena, con más de 40 galardones literarios en su haber. Como periodista, recuerdo el orgullo con que escribí, allá por 2017, que había obtenido el Tercer Premio del concurso de novela corta de Rosa María Porrúa, nada menos que en México, donde por cierto triunfó, igual que ella, José Zorrilla, dos figuras que muchos nunca entenderemos la una sin la otra.


De su boca escuché algunas de las historias paranormales que se asocian a esa casona de la calle Fray Luis de Granada, tan propias de un romántico como Zorrilla. De todas ellas, la más llamativa era la del fantasma de la abuela Nicolasa, muerta antes de que naciera el escritor, pero a la que un mozo Zorrilla llegó a ver en la alcoba de invitados. Tanto gustaba doña Nicolasa de hacerse notar en aquel edificio que casi doscientos años después, cuando tras una reforma la habitación en cuestión quedó fuera del recorrido de la visita, comenzaron a ocurrir fenómenos extraños que sólo cesaron cuando el tour volvió a incluir el cuarto de la ofendida anciana.


Pero mal que le pese a la abuela Nicolasa, el alma que siempre nos acompañará en la Casa Zorrilla, pues para los que conocimos siempre estará ligada a ese histórico inmueble, es la de Ángela Hernández Benito, sin cuyo impulso no sería el museo y centro cultural que es hoy.


Te echaremos de menos, Ángela. La próxima Navidad será la primera en mucho tiempo en que no me llegará de tu teléfono un WhatsApp con tu felicitación. Ha sido un honor y un privilegio que me consideras tu amigo.