La respiración se acelera y las piernas flojean al escribir la palabra 'FIN' en una novela. Seguramente haya escritores que opinen lo contrario pues, afortunadamente, poco hay más personal, pero en mi caso, es así. Los dedos que disparan sus balas sobre el teclado se vuelven torpes y lentos, cada frase del último párrafo se hace más complicada de escribir que la anterior. La oración recorre mil veces tu cabeza, revisando cada elemento, la colocación de cada complemento. Es el final, debe ser fuerte, debe cerrar un ciclo, debe tener, en definitiva, el aire solemne de un final. Por eso hay que dar tantas vueltas a cada palabra, hay que pulir mucho más el estilo que en el resto de la narración. Hay que mostrar gravedad ante un momento tan solemne y mágico como éste.
Y ya está escrito. La trama ha terminado, los buenos han ganado o han perdido, pero lo que sea que tenía que ocurrir, ya ha ocurrido, o no ocurrirá nunca. La miras desde la distancia. Ahí está, terminada la novela. El corazón se pone al borde de la taquicardia. Prescripción facultativa, una cerveza para desahogar esa tensión y relajarse. La cosa no ha acabado todavía.
Con el ánima un poco más serena, empiezas a notar esa sensación de orgullo. Un largo trabajo terminado. Pero enseguida viene otro sentimiento, que no elimina al anterior, sólo lo acompaña. La inseguridad, el miedo.
¿Habrá quedado bien? ¿Gustará? No es la primera novela, los que disfrutaron con aquella, compararán y juzgarán.
¿Bajará el nivel? Los que pensaban mal de ella, juzgarán con severidad. ¿Cambiará su opinión? Se desata un mar de dudas, es necesario meterle otro viaje a la cerveza.
Ahora viene quizá lo más tedioso, la revisión y corrección. Por delante, varios meses de releer y reescribir, sin prisas, sin angustia. Muy al contrario que con la anterior. No hay ansiedad, ya tienes una novela en las librerías, ya eres escritor, por qué tener prisa. Ésa es la gran diferencia. Se revisa con calma. La primera siempre sale del impulso, de la piel, es algo incontrolable. Con la segunda todo va más despacio, hay que evitar las precipitaciones, hay que darle mil vueltas, y luego otras mil. Hay que evitar los errores de la primera.
Y además, hay que impedir que tanta frialdad y reflexión maten la frescura de que gozaba el impulsivo primer libro.
Largo es el camino que falta, y la cerveza se ha acabado. Es tarde. Momento mágico el saboreado esta noche de domingo.