Uno de los escenarios que aparecen en
Diarios de Traición es la
Lisboa previa a la separación de Portugal de la Monarquía Hispánica. Descubre en esta publicación sus rincones y los textos que inspiraron de la mano de las aventuras del impenitente señor de Collazzo,
Guillermo Mercader.
Lisboa, una capital que visitar, también a través de
Diarios de Traición:
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Los mástiles de enormes galeones me saludaron una vez fuera. El sol de Lisboa se ocultaba por poniente y su luz anaranjada brillaba en las pocas velas que había desplegadas. Los barcos que llegaban a la capital aprovechaban la marea ascendente para entrar en el mar de la Paja, un estuario tan enorme que era considerado mar y que servía de punto de encuentro entre las aguas del Tajo y del Atlántico. En ese momento, el agua salada invadía el lugar, camino de la pleamar, formando una fuerte corriente que servía a las naves para entrar a los muelles desde el océano -a diferencia de la bajamar, en la que el océano se retira y permite que los buques salgan sin esfuerzo de este puerto natural, arrastrados por el agua dulce-. Además, la virazón traía consigo un característico olor húmedo a sal, mientras en el cielo planeaban, hambrientas, decenas de ruidosas gaviotas.
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La Alfama era lo más antiguo de Lisboa. En la zona próxima a la costa vivían pecadores y otras gentes humildes, mientras que a medida que la colina ascendía, camino del castillo de San Jorge, las casas modestas daban paso a los palacios de la aristocracia. Por su parte, en la zona baja se había levantado cantidad de inmuebles de hasta cinco plantas en algunos casos, con tiendas en los bajos y numerosas viviendas en los pisos superiores. Se trataba de la solución habitacional perfecta para acoger el aluvión de inmigrantes que recibió la urbe en la época de los descubrimientos, cuando todo era bonanza y riqueza.
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Hubo un momento en el que ya no podía subir más, pues las calles dejaban de ascender y comenzaba el complejo de la fortaleza. Sin embargo, debía encontrar una puerta de entrada que me valiera, así que giré a la izquierda y fui perimetrando la fortaleza, ya con una carrera algo más suave. Constaté que habían dejado de seguirme, lo cual me resultó extraño, aunque resistí las ganas de pedir ayuda a los cuadrilleros para no delatar mi posición.
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Terminé de bajar y salí de la Alfama, pero apenas pude relajarme, porque las pisadas apresuradas de mis enemigos sonaban fuerte y me animaban a seguir corriendo. Los tenía muy cerca, en cualquier momento podrían darme alcance. Bordeé las tapias de un convento y salí a dar a una plaza en la que se ubicaba la iglesia de dicho complejo. También había espacio en ella para un palacio que se erguía en la parte más alta de la misma.