lunes, 15 de agosto de 2022

¿Existe Juan Tallón?

Nada de lo que nos cuenta Juan Tallón en Obra maestra es cierto. Ni existe un Museo Reina Sofía, ni un artista llamado Richard Serra. Tal vez ni siquiera exista el autor de la novela. Todo es una gran conspiración internacional para vender libros, otra jugada más del lobby literario que mueve el mundo en las sombras.


Esto no lo leerás en los medios. Ellos te harán pensar que todo fue real, que aquello ya estaba ahí cuando el de Orense escribió su novela, supuestamente de no ficción. Que su Obra maestra consistió en seguir la pista a una escultura de 38 toneladas que se extravió misteriosamente y para siempre, obligando al escultor a crear un nuevo original, como si un disparate así pudiera ser cierto. Jamás te dirán la verdad. Que todo fue inventado, que nunca existió ese museo, ni una escultura llamada Equal-Parallel/Guernica-Bengasi, ni un artista norteamericano con apellido mallorquín que la realizara.


Borracho de su propaganda, me increparás, iluso lector, asegurando que has estado en Madrid (como si pudiéramos estar seguros de que esa presunta ciudad no sea un gran decorado formado por millones de figurantes contratados por Anagrama para promocionar la novela) y has visitado algún tipo de edificio con aspecto de viejo hospital llamado Museo Reina Sofía, donde entre otras cosas había una serie de piezas de acero corten laminado en caliente que se correspondían con la escultura de Serra.


Pobre lector ignorante. Es de tal calibre la conspiración que alcanza las más altas esferas, incluidos los grandes emporios mediáticos, que silenciarán este inmenso fraude mientras el poder político se apresura a dar pábulo a todas las fantasías del ameno escritor gallego —suponiendo que de verdad existan los gallegos y no sean más que la creación de Julio Verne para justificar la presencia de vida en la Luna—. Así, de la noche a la mañana hubo que levantar el mencionado museo y encargar una escultura a alguna acería para pasarla por la obra de un inexistente californiano excéntrico y genial. Para dar algo de solera al relato, había que inventarse también otros museos, como uno en Bilbao de nombre impronunciable, y hasta contarnos la milonga de que una empresa pudiera llegar a quebrar por culpa de las deudas de la Administración, cuando de todos es sabido que es una pagadora puntual, razonable y libre de complejidades burocráticas.


De nuevo dirá el lector, cuya incredulidad hacia mis tesis empieza a resultarme en exceso impertinente, que sería imposible crear de la nada dos museos de la envergadura del Reina Sofía y el Guggenheim para dar coartada a la novela, olvidando vilmente que Obra maestra vio la luz en 2022, tras dos años de oportuna pandemia en la que cuando no nos encontrábamos encerrados, andábamos demasiado atareados recuperando el tiempo perdido como para preocuparnos de si estaban o no un construyendo un museo en algún lado.


Y claro, seguro que alguien se acuerda de haber estado en ellos antes de tan fatídico estallido vírico, un recuerdo inoculado por esos medios canallas poblados de periodistas sin escrúpulos dispuestos a hacernos creer que hace diez años hicimos una excursión para ver un célebre cuadro de Picasso (otro artista inventado) en el centro de Madrid, cuando en realidad ese nombre sólo nos suena conocido de antes porque por esas fechas nosotros mismos, o tal vez algún amigo, tendría un coche llamado así en el que viajábamos bien apelotonados a las fiestas de algún pueblo cercano, el maletero lleno de litronas, alcohol de marca blanca y bolsas de hielos —eso último sí que existía, mira por donde, al contrario que ahora—.


Pero no, todo es una burda manipulación del establishment al servicio del lobby editorial, el que en verdad domina el mundo, no la banca ni las eléctricas, ni siquiera Florentino Pérez. Por vender libros, Tallón se inventó un museo que no existe, un escultor que jamás vivió y una escultura que nunca podrá aparecer porque no es real.


Todo fue un gran invento, como el propio Tallón. ¿O acaso una sola persona podría escribir con la habilidad y socarronería con la que él lo hace? Diría que es casi imposible. Al igual que ese Madrid inventado en la novela y construido después a toda prisa para dar credibilidad a las páginas —esa ciudad de fantasía que nunca se cerraba ni apagaba y donde la gente era incapaz de encontrarse con su ex—, también el propio Juan Tallón será seguramente un producto de mercadotecnia sazonado con ese atractivo galaico que siempre resulta útil para salvar una publicación o a un partido político.


No deberíamos descartar, no al menos sin profundo debate interno, que el tal Tallón sea en realidad el pseudónimo de tres guionistas con sobrada habilidad literaria en lugar de ese genio del periodismo y los libros al que incluso creemos oír en la radio de vez en cuando.


Cómo no, el más listo de los crédulos empeñados en desmontar este trabajado alegato por la verdad me echará en cara que cuestione la existencia de Tallón teniendo delante de mí un ejemplar de Obra maestra firmado precisamente por él durante la pasada Feria del Libro de Valladolid. Pero, ¿acaso puede estar seguro ese suspicaz ciudadano de que yo sea real? ¿No habrá algún documento de la CIA extraviado en los oscuros pasillos de Mar-a-Lago que demuestre, además de que Rosebud no era más que un trineo, que yo soy en verdad una alucinación producto de la falta de lluvias en Europa?


He ahí el gran secreto literario del señor Tallón que, gracias a este humilde justiciero de la alucinación y el desvarío, queda al fin al descubierto. Claro que, como subraya la funcionaria federal Alice Highsmith en la novela: No hay que hacerme demasiado caso.

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