Imagina tu vida como un recortable que se ha de construir cortando por la línea de puntos marcada. A cada tramo recortado, tu vida va evolucionando y el papel que te dieron muta irremediablemente. Pero, ¿y si optas por no cortar? ¿Y si tratas de mantener el papel intacto en tu bolsillo? ¿Seguirá siendo el mismo al cabo de diez años? ¿Se puede huir de la vida para evitar que cambie?
A ello se aferra Zero, el protagonista de ‘Cortar por la línea de puntos’ (‘Strappare lungo i bordi’), una serie de animación que ofrece, a través de seis capítulos que suman lo que una película no muy larga y con un humor irreverente y una ácida crítica social, una dosis de sanación para aquellos millennials a los que los cambios, las expectativas, la incertidumbre o las interacciones sociales nos oprimen el pecho en más de una ocasión. No es una terapia, desde luego, no sustituye el papel que a los profesionales corresponde, pero sí da un punto de sosiego mediante el ocio de muy recomendable aplicación.
Lo que pudo ser y no fue por miedo a dar el paso. El drama de pedir la pizza de siempre y perderse la más maravillosa sinfonía de sabores, o de arruinarse la cena por dar pie a algo nuevo cuando lo de siempre posee la vitola de éxito contrastado. La presión de hundir la vida de una profesora que en alguna ocasión esperó más de nosotros, como si ese mismo día fuera a terminar empotrada en los bajos de un camión tras tratar de ahogar en alcohol el dolor de esa decepción. La batalla perdida a la hora de ir a un aeropuerto, ya sea cediendo a la ansiedad de llegar con tanta antelación que el aburrimiento y el remordimiento por el tiempo derrochado nos devoren, o entrando en pánico ante la expectativa de que todos los desastres imaginables se harán realidad para impedir tomar nuestro avión por haber querido optimizar los minutos.
El dibujante toscano Michele Rech, más conocido como Zerocalcare, está detrás de esta serie de Netflix a la que no sólo pone lápiz e incluso voz, sino también sus propias cicatrices emocionales para construir un relato que aborda algunos de los miedos que muchos representantes de una generación criada en la comodidad y, sin embargo, condenada a la precariedad, sufren en Roma, en Madrid, en Chicago o en Buenos Aires.
Mientras nos va dando pinceladas de su relación de amor nonata con Alice, Zero se abre al espectador como si de su terapeuta se tratase, compartiendo una serie de angustiosos pensamientos que se repiten en su cabeza desde niño y que encuentran acomodo en una conciencia implacable, inmisericorde y autodestructiva con el aspecto de un armadillo antropomórfico bastante insoportable. Una introspección en clave de humor que hace ver a más de uno que no está solo con sus dolencias y que incluso se zambulle en otros problemas que acodan a nuestra sociedad como el suicidio y la forma en que afrontamos esta realidad, la inadaptación, la presión de los roles de género o el acoso escolar. Un ejemplo más de cómo esa sociedad, aunque sea a regañadientes y no siempre de la forma adecuada (como me explicaba en una reciente entrevista la flamante ganadora del Premio Nadal 2022, Inés Martín Rodrigo), va poniendo cada vez más la salud y la enfermedad mental en el foco del debate, empujada de forma ineludible por el tsunami emocional que ha sido la pandemia y al que no dejan de sumarse desastres.
Entretenido con la chanza, el espectador recorre todo un abanico de inseguridades que quizá haya experimentado en alguna ocasión, ayudando a digerir y relativizar estas angustias que la cabeza de cada uno (puede que no siempre con forma de armadillo, puede que con aspecto de búho, de águila, de Isaac Newton, de Alec Baldwin o de Isabel la Católica) crea para torturarlo con consecuencias apocalípticas ante la más nimia de las decisiones.
Y sin embargo, acaso a modo de redención, la vicisitudes del protagonistas nos demuestran que el mundo sigue girando con independencia de la pizza elegida, que aquella profesora tenía una vida que la mala nota de una alumno no arruinó o que no siempre hay una maldición bíblica al acecho de los que no madrugan. Una puesta en perspectiva desde una óptica divertida que bien puede servir de calmante para la ansiedad, la presión de las expectativas o el miedo a los cambios en una melancólica tarde de domingo, por ejemplo. Palabra de ansioso satisfecho.
Artículo publicado en Otro Mundo Es Posible
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