La Ciudad de México es escuchar Cielito Lindo mientras el organillero le da vueltas a la manivela en Madero. Es comer un elote en Coyoacán y bolearte los zapatos frente a Bellas Artes y la Alameda. Es ver cómo se pierde la trama urbana entre el smog mientras comes en el piso 41 de la Torre Latinoamericana. Es contaminación y desigualdad, inseguridad y olor a tacos de canasta. El trapo agitado de un viene viene que te ofrece estacionamiento. La Ciudad de México sigue siendo el Distrito Federal para los nostálgicos y Tenochtitlan para los muy nostálgicos. Es historia prehispánica en el Museo de Antropología y la Virgen de Guadalupe en cada esquina. Es un café bajo la lluvia de verano en el Bosque de Chapultepec y perder horas en el tránsito de Reforma. La Ciudad de México es leer Mujer Montaña y esperar el beso de Gabriel y María al pie del mástil del Zócalo cada 1 de septiembre. Es recorrer las calles del centro en busca de la tumba de Cortés, escondida en una iglesia donde no se permite hacer fotos pero sí vender objetos sagrados como en el Templo de Salomón. Es un cartel taurino en la Monumental y un fuera de juego en el Azteca. Es la rivalidad entre América y Pumas, una canción de La Quinta Estación con acento gachupín, un poema de Manuel Acuña. El viejo DF ahora se escribe CDMX. Son taxis rosas y rutas verdes. Es un apartamento con vistas al Popocatépetl y al Ajusco, un tequila en el Tenampa mientras el mariachi toca Jalisco no te rajes. Es arrugar el morro con el clamato de la michelada y perder la cabeza por unos chilaquiles. Es el grito de rebeldía silenciado en Tlatelolco. Son los exiliados españoles acogidos por una tierra hermana. Es un dolor de cabeza a 2.000 metros y la venganza de Moctezuma. Una vieja laguna a merced de los terremotos. Es un libro de Juan Rulfo olvidado en un parque, son las pinturas de Frida, Rivera y Siqueiros. Una foto de Trotski en la Casa Azul. Es comentar la vida de Luis Miguel y Gloria Trevi con el taxista que te lleva a Taxqueña. Es reírse con Cantinflas y enamorarse de María Félix. La capital chilanga son las vallas electorales del viejo PRI, del joven Morena con su sangre envejecida y del extraño matrimonio entre PAN y PRD. Es cantarle a Corea en su embajada por dejarte llegar al pelotón de fusilamiento brasileño. La Ciudad de México es hacer negocios en Santa Fe, cenar en un restaurante fresa de Polanco, beber una Modelo en La Roma y lucir barba de hipster en La Condesa. Es tomarse un moca achocolatado en Punta del Cielo y un espresso en Cielito Querido. Es el caos hecho urbe. Ciudad de México es extrañarla incluso antes de dejarla.
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