lunes, 6 de octubre de 2014

Un paseo por Valencia


El pasado viernes 3 de octubre 'La Confesión del Embajador' se presentó en Valencia, ciudad en la que se desarrolla parte de su trama. He aquí algunos de los rincones valencianos que figuran en la novela. Os proponemos un viaje por la Valencia del siglo XVII a través de varios pasajes de 'La Confesión del Embajador'.

Puente del Real

El carruaje de Olivares, con sus famosas cristaleras, siguió la carretera que lleva a Valencia hasta llegar al puente del Real, donde, en lugar de tomarlo, giró hacia la derecha para dirigirse al palacio. En él, tirado por cuatro mulas como correspondía a un Grande de España, viajábamos el valido, el virrey y yo. Mandé parar al cochero, me bajé antes de alcanzar nuestro destino y me excusé ante mis acompañantes, que ya sabían lo que me proponía.

-Recordad, lo que os he dicho-. me volvió a advertir el conde-duque.

Me adentré en el puente a pie y solo (...) Dejé las huertas del convento de Santo Domingo a la izquierda y entré a la ciudad por la Puerta del Temple, junto a la cual se asentaba otro monasterio que en su día perteneció a aquella legendaria orden y que, tras su disolución, había pasado a depender de la de Montesa. Estaba anocheciendo y no tardarían en cerrar la muralla, de ahí mi precipitación por bajarme del carro del valido.

Catedral de Valencia con la torre del Miguelete o del 'Micalet' al fondo
Palau de la Generalitat

Seguimos las calles de la ciudad en dirección oeste hasta que alcanzamos una gran plaza llamada de la Seo, por encontrarse el ábside de la Catedral en su extremo sureste. En el noroeste de esta plaza se hallaba un gran palacio de piedra, sede de la Generalidad de Valencia y estandarte de los antiguos fueros, amenazados por el afán centralizador de Olivares. Bordeamos el templo por el lado del campanario nuevo, una original torre cuya campana tocó justo en ese momento las ánimas. Aquel instrumento, llamado por el vulgo el Miguelete, como bien me explicó mi improvisado cochero, sólo se empleaba para dar las horas y era el más grande de toda la Corona de Aragón.


Lonja de Valencia
Iglesia de los Santos Juanes

Seguimos por las callejuelas del centro en dirección suroeste, las cuales nos llevaron hasta uno de los símbolos de mayor poder de la ciudad, la Lonja, un magnífico palacio iniciado dos siglos atrás y en el cual se cerraban los negocios más importantes para Valencia. Tal vez por su relevancia, el edificio estaba protegido como si de un castillo se tratara, con una torre que destacaba entre el conjunto y que servía de calabozo para aquellos mercaderes poco honestos.

Pasé junto a la tapia que protege el Patio de los Naranjos y salí a la plaza del Mercado, justo enfrente de la parte trasera de la iglesia de los Santos Juanes, mucho más recargada que la delantera. Pregunté a mi cochero cuál era la casa de los Estrasburgo. Éste me indicó un edificio de dos alturas con una sobria fachada de piedra.


Puerta de Serranos

Continué a través de los muros para llegar a la Puerta de Serranos, la entrada principal a la ciudad. Me acurruqué en un rincón más o menos resguardado a la espera de que llegara el día y abrieran las puertas. Mi ubicación me permitía pasar inadvertido pero, no obstante, bajo la capa con la que me arropaba tenía preparada la navaja que normalmente guardaba en una de mis botas. Como la mañana anterior había salido para un compromiso social, sólo me enfundé mi elegante espada ropera. Ni daga, ni pistolas. Por suerte, no me hizo falta y nadie me molestó antes de que lo hicieran los primeros rayos del sol, que me sacaron de mi incómodo sueño.

Puente de Serranos o de Roteros

En cuanto los consumeros del Concejo abrieron el portón, atravesé el Turia por el puente de Roteros. El río presentaba un escaso caudal. El invierno había sido seco y la crecida provocada por el deshielo en la Sierra de Albarracín todavía no había llegado a Valencia.

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