lunes, 23 de julio de 2012

Ancestra, de Enrique Ballesteros

El plan de un grupo de amigos de pasar el fin de semana en una tranquila venta en el corazón de la sierra cambia completamente cuando uno de ellos descubre que su difunta tía abuela formó parte de un utópico proyecto para alumbrar un mundo nuevo en el cual se salvara el recuerdo de los ancestros. Un embrión que se gestó en aquel edificio y que se vio truncado por el estallido de la Guerra Civil.

Así arranca 'Ancestra', del escritor malagueño Enrique Ballesteros. A lo largo de sus 204 páginas, el recuerdo de una época pasada va girando hacia un relato donde el existencialismo, el miedo a la muerte y, por qué no, el debate entre azar y predestinación, guían al lector por una atmósfera de misterio y decadencia en el que la tensión es la nota dominante, hasta el punto de sentir el escenario de la novela como un lugar opresivo del que se quiere salir, pero que no se puede hasta haber desentrañado todos sus secretos.

Llega un momento en el que el reloj parece detenido, y esa agonía de sentirse atrapado, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo, mantiene enganchado al lector en un relato que se presta a ser devorado, pero que, a pesar de no ser muy extenso, deja sin resuello a quien se introduzca en 'La Nada'...

martes, 17 de julio de 2012

La corte habla del capitán Turk


"Casi un año después, el capitán de aquel galeón inglés que Marcial había tomado frente a Santa Lucía recorría los pasillos del palacio de El Escorial. Lo acompañaba sir Charles Cornwallis, a la sazón embajador de Jacobo I de Inglaterra ante el rey de España. Aquel marino había peleado en incontables batallas contra la Monarquía Católica, y había dado buena cuenta de muchos de sus barcos y tesoros. Por ello le resultaba tan raro recorrer aquel palacio en el que residía el mismísimo soberano de Castilla, Aragón, Portugal, Granada, Navarra, León, Galicia, Nápoles, Sicilia, Milán y así a lo largo de una interminable lista de territorios que se dispersaban por todo el mundo".
(…)
"Sir Charles y Wallace dejaron el palacio al que se trasladaba el rey y su corte cuando llegaba el buen tiempo, e iniciaron el camino de vuelta a Madrid, que volvía a ser la capital de España una vez muerto el sueño imperial de Valladolid, de apenas cinco años de duración".

Con estas alusiones a San Lorenzo de El Escorial y a su celebérrimo palacio-monasterio, era preceptivo visitar este bello pueblo de la sierra madrileña para dar a conocer a sus gentes y vecinos de la capital que se acercan en verano, las aventuras del capitán Turk a bordo de la Biznaga en la novela 'En busca del hogar'.

La velada del pasado jueves, 12 de julio, no sólo sirvió para hablar del relato, ya que posteriormente se abrió un extenso coloquio que se alargó más de lo previsto y en el que se pudo hablar de muy diversos temas, lo cual siempre es de agradecer y sirve de prueba del elevado nivel cultural del Ateneo Escurialense y de sus socios, que abrieron su casa a 'En busca del hogar'.

El acto también contó con la amable presentación de Isabel Díez Serrano y con un aperitivo posterior con alguno de los socios y familiares propios venidos desde Madrid en un ambiente espectacular, con el palacio y las cumbres del Sistema Central al fondo. Una gran experiencia que sin duda habrá que repetir gracias al tremendo esfuerzo que diariamente realiza este Ateneo.

¡Gracias San Lorenzo!


lunes, 9 de julio de 2012

Jueves 12, en San Lorenzo de El Escorial


Este jueves, 12 de julio, ‘En busca del hogar’ se presentará en el Ateneo Escurialense de San Lorenzo de El Escorial (Madrid), en el marco de las actividades estivales que la institución promueve para difundir la cultura, aprovechando los afamados Cursos de Verano de la localidad.

La cita tendrá lugar a partir de las 19.00 horas en la sede de la entidad, situada en la calle Duque de Alba, número 15, frente al edificio de la Seguridad Social, y en él participará la presidenta del Ateneo, la poetisa y promotora cultural Isabel Díez Serrano.

Una agradable propuesta para todos aquellos que disfrutan de unos días de descanso en la sierra, lejos del bullicio y del sopor que desprende la capital de España. Os esperamos.

El capitán Turk regresó a Málaga

Marcial de San Pablo, el capitán Turk, el sempiterno buscador del hogar, pudo al fin regresar a su ciudad natal, Málaga, a bordo de la Biznaga para dar a conocer a sus paisanos esta trepidante historia de aventuras por tierra y mar que es 'En busca del hogar', y que se presentó oficialmente en la capital de la Costa del Sol el pasado viernes 6 de julio en la librería La Cochera, un coqueto espacio donde la literatura se convierte en un elemento más de la cultura que inunda el ambiente, junto a la música o las exposiciones.

Allí pudimos todos los asistentes, al margen de descubrir la novela, intercambiar un rato agradable de charla al calor del carácter andaluz, tan abierto con los forasteros, que se prolongó hasta altas horas de la madrugada con los trasnochadores que lograron resistir.

En el acto participó también el novelista local Enrique Ballesteros, quien tuvo la bondad de apadrinar esta presentación y que pronto deberá ocupar él lugar de protagonista con el segundo trabajo que prepara, pues en breve estará a disposición de los hambrientos lectores.

Una presentación especial por tratarse de la casa del capitán Turk, rodeados de biznagueros que mantenían presente el espíritu de su barco y de quien lo dio nombre, su amada Yasmín, la Biznaga, a la sazón un arreglo floral típico de la ciudad elaborado con flores de jazmín, como el que se puede ver en la imagen.

¡Gracias, Málaga!



domingo, 1 de julio de 2012

American Dream

Foto: Autopista de Malibú. Firma: 123RF.
El motor de aquel Pontiac G3 se enardecía a medida que su conductora le exigía más y más. Quería cubrir cuanto antes la distancia que separa Malibú del resto de Los Ángeles, y obligaba a su utilitario a cortar la brisa que el Pacífico arrojaba sobre aquella autopista, la Estatal 1, encajonada entre el océano y las montañas. Había tenido un mal día, y por eso trataba de ahogar su ansiedad pisando fuerte el acelerador. Llevaba la ventanilla bajada y el viento agitaba su cabello castaño y curtía su bronceada piel. Era una auténtica belleza, pero la vida no la había tratado bien, y ahora su mundo se desmoronaba, mientras adelantaba sin cesar por aquella autopista costera. Su agresividad al volante era evidente, de modo que la mayoría de conductores se apartaba para dejarle paso y evitarse problemas. Con total desprecio a los pitidos que recibía, abandonó la estatal al llegar a Santa Mónica y siguió con su paso veloz a través de Ocean Avenue, hasta que salió de esta vía litoral por la izquierda y se internó en la ciudad con un giro tan brusco que casi acaba con más de un peatón atropellado. Era hora punta y se notaba en el tráfico de Santa Mónica Boulevard, pero eso no hacía que se detuviera y, cuando se encontraba todos los carriles ocupados por vehículos más lentos, no tenía mayor problema en invadir el sentido contrario y adelantarlos por allí. Parecía que la persiguiera el mismo diablo. Repitió la maniobra un par de veces. Varios coches pudieron dar un volantazo y evitar la colisión, pero se habían quedado cruzados sobre la calzada y provocaban el caos. Sin importarle, la preciosa chica y su Pontiac continuaron por el bulevar y dejaron atrás Santa Mónica y Westwood, antes de entrar en Berbely Hills. Al llegar a un cruce, se colocó en el carril de la izquierda para evitar así a las dos tortugas que frenaban sólo por ver en ámbar el semáforo. Ella pisó a fondo y, como si el tiempo se hubiera detenido, notó una terrible sacudida en el costado izquierdo y cristales que saltaron a cámara lenta sobre su cara. Una furgoneta que venía por Rodeo Drive la acababa de dar de lleno. La joven perdió la noción de la realidad, pero enseguida comprobó cómo el tiempo recuperaba su ritmo frenético. Ahora todo se movía muy deprisa, mientras su coche no dejaba de dar vueltas. Al fin se paró y, a punto de perder la consciencia, las campanas de la iglesia presbiteriana de la esquina despidieron con su lánguido tañido a la muchacha, bajo el abrasador sol de California.

Foto: Sunset Boulevard. Firma: Safratna.com
El mismo sol asfixiante tostaba la piel de la señora Raven mientras flotaba de forma despreocupada sobre la piscina de su casa, en las colinas de Hollywood. El jardín daba a un barranco y eso le dotaba de magníficas vistas. Al noreste, el celebérrimo cartel de Hollywood; al suroeste, Santa Mónica y Venice, aunque el océano apenas se veía por culpa de la contaminación, la misma que difuminaba la silueta de los rascacielos que, al sureste, se mostraban orgullosos en el Downtown. Al norte estaba la casa, de piedra marrón y tejas rojas de cerámica entre las que se asomaba la terraza del dormitorio principal, abuhardillado. El patio estaba comunicado con la calle por una amplio corredor tapizado de césped entre la casa y la cerca de ladrillo rústico que delimitaba la parcela vecina. Por aquel pasillo entraba en ese momento el señor Raven, un exitoso bróker que acababa de aparcar su BMW Serie 6 Cabrio en la entrada, junto a la Dodge Caravan de su mujer. Dentro, en algún lugar del garaje, la familia guardaba también un Lincoln Navigator. Buenos tiempos. Mientras marido y mujer charlaban junto a la piscina, la puerta de atrás de la casa, una inmensa corredera acristalada, se abrió para que por ella saliera una mujer bajita, morena, vestida con uniforme y cofia. Se trataba de la asistenta, una latina de esas que trabajan sin seguro médico y por el salario mínimo, que había dejado la cena en el horno y se marchaba ya tras una dura jornada laboral. Salió por el mismo sitio por el que había entrado Mr. Raven y, tras esquivar los lujosos coches aparcados a la entrada, montó en su viejo Ford Contour, se deshizo de la ridícula cofia y tomó la sinuosa carretera que bajaba la colina hasta Sunset Boulevard. Luego siguió por La Ciénaga antes de girar a la derecha y salir a Santa Mónica Boulevard, donde se encontró con un atasco más intenso de lo habitual. Normalmente, tardaba una media hora en llegar hasta su casa, pero esta vez ya había perdido sesenta minutos sólo hasta el cruce con Rodeo Drive, donde un terrible accidente de tráfico generaba ese embotellamiento. Desde su posición, Guadalupe observó cómo los equipos de Emergencias sacaban de un amasijo de hierros, que otrora fue un Pontiac G3, el cadáver de una preciosa chica y lo metían en una bolsa de plástico, camino del depósito.

Foto: Cartel de Hollywood.
Firma: El blog de viajes y estudios.
Nancy era una prometedora muchacha que había tenido una infancia llena de sueños en su pequeño pueblo de Nueva Inglaterra. Al graduarse en el instituto, cogió los ahorros que había reunido sirviendo cafés después de clase y se plantó en Los Ángeles para ser una gran actriz. Se buscó un empleo de camarera-patinadora en un restaurante de comida rápida con el que pagarse las clases de interpretación, y recorrió cada estudio de Hollywood en busca de una oportunidad. Harta de recibir portazos y papeles en películas porno, esta joven a la que el sol de California había bronceado su lechosa piel y a la que el tinte había acastañado sus dorados bucles de la Costa Este, hizo de tripas corazón y empezó a utilizar sus armas de mujer para encandilar a algún productor que la consiguiera trabajo, un personaje que la lanzara al estrellato para no tener que volver a acostarse con esos libidinosos del medievo. Sin embargo, el último se había pasado de la raya. Nancy no pudo soportar tanta humillación, y aquel día, salió corriendo de la casa del muy cerdo, un coqueto bungalow en plena playa de Malibú, y ya no se detuvo hasta que una furgoneta blanca se llevó por delante su frustrado sueño americano en un cruce del glamuroso Beberly Hills.

Foto: Bandera en el porche.
Firma: 123RF
Por fin, en las últimas horas de la tarde pudo Guadalupe alcanzar su modesta casa de Inglewood, a unas pocas manzanas del mítico Great Western Forum, antiguo hogar de equipos como los Lakers. Atravesó el jardín delantero donde su marido había dejado cruzado su pick-up, un Toyota que incluía piezas fabricadas en la planta de Long Beach donde trabajaba. Seguramente, Emiliano hubiera vuelto cansado del trabajo y ahora estaría relajándose en el sillón, con una Budweiser en la mano y el soccer en la tele, esperando a que la cena estuviera servida, como si ella no se sintiese reventada. Antes de cruzar la puerta, Lupe, como la llamaban sus amigos, se fijó en la bandera americana que ondeaba en el porche. La vida en los Estados Unidos no era tan maravillosa como muchos imaginaban al sur del Río Grande. Desde que cruzó la frontera, ella y su marido malvivieron como ilegales en Nuevo México durante varios años, hasta que Emiliano encontró trabajo estable en Long Beach y pudo regularizar su situación. Pero, incluso después, la vida de un espalda mojada seguía siendo dura. Sin embargo, ella miraba la bandera con orgullo. Su vida no era tan excitante como la de las protagonistas de Sex in The City, pero aquí podía andar por la calle con cierta tranquilidad, mientras su prima Inés había pasado a engrosar hacía dos años la interminable lista de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, aunque Los Ángeles tenía fama de violenta, nada a sus ojos se le asemejaba con la barbarie criminal que sacudía su país, una tierra a la que seguía amando y de la que también se sentía orgullosa, pues llevaba su esencia en la sangre.

Foto: Coca-Cola con nachos.
Firma: ernestycricri.blogspot.com
En esos pensamientos andaba cuando, al atravesar el umbral de la entrada, descubrió sorprendida que Emiliano y su hijo, Francisco, habían preparado una típica cena mexicana en el jardín de atrás. Era uno de esos instantes en los que parecía que seguían siendo una familia, y no ese grupo de coinquilinos a los que América había desestructurado. El motivo, Frankie se graduaba en el instituto y había logrado una beca para ir a la universidad. Él había nacido en Estados Unidos, era un chicano, pero, al fin y al cabo, un ciudadano de pleno derecho. Estudiaría Medicina y, si todo fuese bien, el día de mañana sería un prestigioso cardiólogo del Reagan Medical Center o un solicitado cirujano plástico de cualquier clínica de Beberly Hills, con una abultada nómina, un caro seguro médico, una casa como en la que ella servía y un coche de esos en los que bien puede vivir una familia, con minibar y televisión. Mientras divertía su cabeza con aquellas especulaciones, atacaba el plato de nachos y se servía otro taco, bien cargado de guacamole. También habían preparado enchiladas, frijoles charros, chilaquiles y otras tantas delicias, muchas de ellas más propias del desayuno que de esas últimas horas del día, pero no por ello menos sabrosas y apropiadas para devolverla a su aldea de Michoacán. Cayeron un par de tequilas, aunque Lupe decidió que dos eran más que suficientes y se abrió una lata de Coca-Cola, la fusión perfecta de sus dos patrias. Con esa exquisita comida, la compañía de las personas amadas, el frescor que se respiraba en el jardín, bajo el anaranjado cielo nocturno de Los Ángeles, y la promesa de un futuro mejor para su hijo, Guadalupe comprendió que todos sus sacrificios, los años de ilegales, el trabajo agotador y mal pagado, la prepotencia de sus patrones gringos y la choza humilde que los acogía en Inglewood, habían valido la pena y, pese a que probablemente siempre fuera pobre, si todo servía para que Francisco tuviera una vida mejor de la que le hubiera correspondido en un arrabal del D.F, ella y su marido verían cumplido con creces su sueño americano, aquel en el que tantos compatriotas se habían quedado por el camino, y el mismo en el que se ahogó la dulce Nancy del Pontiac G3. ¡Dios bendiga América!