viernes, 29 de junio de 2018

Ciudad de México

La Ciudad de México es escuchar Cielito Lindo mientras el organillero le da vueltas a la manivela en Madero. Es comer un elote en Coyoacán y bolearte los zapatos frente a Bellas Artes y la Alameda. Es ver cómo se pierde la trama urbana entre el smog mientras comes en el piso 41 de la Torre Latinoamericana. Es contaminación y desigualdad, inseguridad y olor a tacos de canasta. El trapo agitado de un viene viene que te ofrece estacionamiento. La Ciudad de México sigue siendo el Distrito Federal para los nostálgicos y Tenochtitlan para los muy nostálgicos. Es historia prehispánica en el Museo de Antropología y la Virgen de Guadalupe en cada esquina. Es un café bajo la lluvia de verano en el Bosque de Chapultepec y perder horas en el tránsito de Reforma. La Ciudad de México es leer Mujer Montaña y esperar el beso de Gabriel y María al pie del mástil del Zócalo cada 1 de septiembre. Es recorrer las calles del centro en busca de la tumba de Cortés, escondida en una iglesia donde no se permite hacer fotos pero sí vender objetos sagrados como en el Templo de Salomón. Es un cartel taurino en la Monumental y un fuera de juego en el Azteca. Es la rivalidad entre América y Pumas, una canción de La Quinta Estación con acento gachupín, un poema de Manuel Acuña. El viejo DF ahora se escribe CDMX. Son taxis rosas y rutas verdes. Es un apartamento con vistas al Popocatépetl y al Ajusco, un tequila en el Tenampa mientras el mariachi toca Jalisco no te rajes. Es arrugar el morro con el clamato de la michelada y perder la cabeza por unos chilaquiles. Es el grito de rebeldía silenciado en Tlatelolco. Son los exiliados españoles acogidos por una tierra hermana. Es un dolor de cabeza a 2.000 metros y la venganza de Moctezuma. Una vieja laguna a merced de los terremotos. Es un libro de Juan Rulfo olvidado en un parque, son las pinturas de Frida, Rivera y Siqueiros. Una foto de Trotski en la Casa Azul. Es comentar la vida de Luis Miguel y Gloria Trevi con el taxista que te lleva a Taxqueña. Es reírse con Cantinflas y enamorarse de María Félix. La capital chilanga son las vallas electorales del viejo PRI, del joven Morena con su sangre envejecida y del extraño matrimonio entre PAN y PRD. Es cantarle a Corea en su embajada por dejarte llegar al pelotón de fusilamiento brasileño. La Ciudad de México es hacer negocios en Santa Fe, cenar en un restaurante fresa de Polanco, beber una Modelo en La Roma y lucir barba de hipster en La Condesa. Es tomarse un moca achocolatado en Punta del Cielo y un espresso en Cielito Querido. Es el caos hecho urbe. Ciudad de México es extrañarla incluso antes de dejarla.

martes, 12 de junio de 2018

Biblioteca de Verano 2018

Un verano más, fieles a su cita, Dioni Arroyo y Juan Martín Salamanca han acudido con su Biblioteca de Verano, la sección literaria del programa Hoy por Hoy de Radio Valladolid de la Cadena Ser, donde cada semana han planteado dos interesantes propuestas literarias.
Escucha aquí todos los programas.

10/7/2018 ‘Lolita’, de Vladimir Nabokov, y ‘Al principio fue el fin’, de Adriana Georgescu (a partir del minuto 47)

17/7/2018 'Hollywood', de Charles Bukowski, y 'El abrevadero de los dinosaurios', de Daína Chaviano (a partir del minuto 45)

24/7/2018 'Quizá nos lleve el viento al infinito', de Gonzalo Torrente Ballester, y 'La Sinrazón', de Rosa Chacel (a partir del minuto 47)

31/7/2018 'El Napoleón de Notting Hill', de Chesterton, y 'La verdad sobre el caso Harry Quebert', de Jöel Dicker (a partir del minuto 47)

7/8/2018 'Lágrimas en la lluvia', de Rosa Montero, y 'Bahía de Sal', de Gabriela Guerra Rey (a partir del minuto 66)

14/8/2018 'Veronika decide morir', de Paulo Coelho, y 'Pompeya', de Robert Harris (a partir del minuto 46)

21/8/2018 '2001. Una odisea del espacio', de A.C. Clarke, y 'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez (a partir del minuto 46)

28/8/2018 'Un saco de huesos', de Stephen King, y 'Como agua para chocolate', de Laura Esquivel (a partir del minuto 46)

domingo, 20 de mayo de 2018

Memoria de un carretero

Imagen: Cruz Catalina. El Norte de Castilla
No se llaman estas líneas ‘Memoria de un carretero’ porque sean la semblanza de un carretero, al menos no sólo por eso, ni siquiera principalmente por eso. Se llaman así porque de entre las muchas virtudes de mi abuelo —como todo el mundo tuvo defectos y nada más lejos de mi intención que caer en esa costumbre tan odiosa de santificar a los que mueren por el mero hecho de morirse—, yo me quedo con su memoria.

Mi abuelo se ha ido a los noventa y nueve años, lo que equivale a decir que vivió un siglo. Es cierto que en estos días mucha gente ha recordado lo cerca que se ha quedado de la centena, como si eso añadiera tragedia a la pérdida en sí, lo cual me recuerda aquella anécdota que una vez escuché al periodista y escritor Juan Tallón acerca de la madre de Jorge Luis Borges, quien falleció también a los noventa y nueve. Cuentan que durante el funeral, una mujer lamentó ante su hijo la no consecución del siglo, a lo que el célebre autor argentino respondió: “No sabía, señora, que fuera tan devota de los números decimales”. Cierto o no, concluiremos, si me lo permiten, que mi abuelo vivió un siglo.

Una vida tan dilatada te convierte en fedatario de muchos epígrafes del libro de Historia. Mi abuelo nació el año en que medio mundo se moría de gripe y el otro medio tenía la desfachatez de llamarle gripe española como si no tuviéramos ya los españoles bastantes cargos de los que defendernos en los tribunales de lo acontecido, conoció dos dictaduras y la más violenta de nuestras recurrentes guerras civiles, una Transición que ahora queremos devaluar cual festival de Eurovisión y un cambio de moneda por el que su pensión dejó de apellidarse en pesetas y pasó a hacerlo en euros. Sufrió frío y hambre destinado con la tropa en Asturias, donde robar una cabra a un pobre pastor era el pecado venial que evitaba la inanición de los soldados y donde ser espabilado con las letras le valió un puesto cerca de burócratas castrenses y lejos de las balas. No fue ése su único destino en una contienda a la que lo llamaron a unirse allá por el 38 con un sucesivo servicio militar en la postguerra. Padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos, vivió lo bastante para conocer dos biznietos, uno de los cuales, por cierto, lleva su mismo nombre y sus mismos apellidos. Antes de disfrutar de esa estirpe y conocer a su gran compañera, mi abuela Águeda, hubo Alejandro Martín González de saborear las hieles de la viudedad apenas un año después de casarse por primera vez, ello tras haber perdido a un hermano que murió bien joven y un padre que dejó este mundo cuando él comenzaba a saberse adulto. Sin continuar en la escuela más allá de los trece años, tuvo tiempo de acumular una vasta cultura que lo acompañaría hasta el final de sus días.

Y entre tanto, hizo carros, muchos carros, de madera primero, metálicos y con rueda de goma después. Tirados por animales, al principio, empujados por tractores, más tarde, adaptados a los nuevos camiones, también, y ya puestos a trabajar el hierro, por qué no meterse con rejas o estufas, como bien recogería en una entrevista mi amigo Carlos Arranz Santos. Tan ligado estuvo a su taller de la calle Maragatos, el cual regentaba con su hermano Máximo bajo el nombre de Hijos de Benito Martín, que anexo a él debía velarse su cuerpo, antes de su funeral en la misma iglesia a la que lo acompañaba los domingos precedentes a mi primera comunión, cuando aún no me había alejado de esos ambientes.

Es lo que tiene vivir un siglo, que da para mucho, pero de nada sirve si, presa del paso del tiempo, la memoria se diluye entre el envejecer de la carne. Ahí apareció la memoria del carretero, la que lo siguió hasta el final, la que le permitía, en el ocaso de su vida, recordar los lemas de unos y otros durante la segunda república o repetir fragmentos de obras de Blasco Ibáñez que un día leyó en su libro de clase. Días antes de morir, fruto de ese hambre de conocimiento y ese disco duro privilegiado, y consciente asimismo de que el viaje iba llegando a destino, logró centrar su voz cansada para recitar las coplas de Jorge Manrique, a quien yo ahora recurro para decir que aunque la vida murió, nos dejó harto consuelo su memoria.

Es la mejor herencia que jamás me hubiera podido legar, su memoria, quizá no hasta el extremo de la suya, quizá no tan duradera por culpa de la facilidad de consulta que ofrecen las nuevas tecnologías, pero es mi motivo de orgullo, eso y un cabello que aguanta en su sitio durante una centuria.

Austero como buen castellano, no le faltaba su punto de terco orgullo, el que no le dejó resignarse a la silla de ruedas a pesar de arrastrar ya tantas décadas en su maltrecha cadera, obligándose a tirar de andador cada vez que tenía ocasión y ayuda de alguien. El paso del tiempo le mermó primero la vista, luego el andar y el oído. En sus últimos días se le atascaba a ratos el habla, pero no su primordial memoria.

Amigo de beber su vino en porrón y no en copa, supo cuidar de una esposa condenada a una máquina de oxígeno, la cual sacaba fuerzas a pesar de ello para preparar los macarrones con tomate a los que me convidaban siendo niño. Ojalá entonces hubiera sabido valorar y agradecer más esos momentos, tanto como ahora, cuando ya son, junto con el juego de arquitectura con el que me entretenía cada domingo en su casa, pasto de la manida memoria y alimento de la nostalgia. 

Sirvan estas líneas de postrer ósculo para quien mecánicamente me recibía con un: “da un beso a abuelo”, la frase que quizá más he recordado este fin de semana, esperando oírsela una última vez, así como con el título de aquella película argentina de Richard Harlan que repetía a quien quisiera escucharlo cuando lo visitaba en compañía de mi güera chula: “De México llegó el amor”.

De México llegó, pero sólo para sumarse al que desde hacía treinta años me profesaba, y desde hace noventa y nueve a todos los que lo rodearon, mi abuelo, Alejando ‘el carretero’.

Descanse en paz.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Castilla y León, puerta de la Historia


    La antología 'Castilla y León, puerta de la Historia', publicada por el sello madrileño M.A.R. Editor, reúne los relatos de 33 autores bajo el nexo de la historia castellanoleonesa.


    En ella figuran nombres como Gustavo Martín Garzo, Leopoldo Alas 'Clarín', Pedro Antonio de Alarcón, Gustavo Adolfo Bécquer, José Zorrilla, Federico García Lorca, Miguel de Unamuno o Francisco Umbral.


    Entre las firmas femeninas están Olga Mínguez Pastor, Margarita Wanceulen, Ángela Hernández Benito, Aina Rotger, Mónica Prádanos, Maica Bermejo Miranda, María Luisa de León, Sandra de Arriba Cantero y Mari Carmen Diago Egaña.    


   Completan el elenco de escritores Juan Martín Salamanca, Asier Aparicio, David Acebes, Pedro Amorós, Atilano Sevillano, Álvaro Díaz Escobedo, Fernando Alonso Barahona, Javier Casado Alonso, José Antonio Martín Viñas, Luis Liquete, Julio Eguaras, Jorge David Alonso Curiel, Manuel Martínez González, Manuel Cortés Blanco, Luis Torrecilla y el propio editor de la obra, Miguel Ángel de Rus.

domingo, 21 de enero de 2018

Edgar Borges presenta 'La niña del Salto'

Imagen cedida por Ediciones Carena
El autor venezolano Edgar Borges (Caracas, 1966) visita Valladolid para presentar su nueva novela, 'La niña del salto', el primerao de una gira de actos que lo llevarán por diversos lugares de la geografía nacional. La cita tendrá lugar a las 19.30 horas en la Casa del Libro (calle Claudio Mollano, 4) e incluirá un diálogo entre el escritor sudamericano y el periodista Juan Martín Salamanca.

'La niña del salto', publicada por Ediciones Carena, relata la historia de Antonia, una mujer que quiere "dar un salto hacia un lugar donde ha dejado sus sueños", mientras que su hija "en lugar de caminar, salta". Historias hiladas y frases "poderosas" entretejen la obra, donde un personaje inolvidable se debate "entre sus fantasías y la rutina de un pueblo condenado al fastidio". 


Dos fechas trágicas, un romance inusual y abundante misterio son algunos de los elementos que Edgar Borges propone como fichas de ajedrez para componer una novela "extraña, sugerente y cargada de tensiones". Se trata de una suerte de "poema épico" que se desarrolla en la localidad asturiana de Santa Eulalia de Cabranes, aunque podría ser "uno de los tantos universos que pueden coexistir en la cabeza de un ser humano".

La actriz Mamen Camacho es la imagen de portada del libro, captada por el fotógrafo Roberto Carril Bustamante y bajo el diseño de Rocío Morilla.

Edgar Borges reside en España desde 2007. Es autor de novelas y libros de apuntes como '¿Quién mató a mi madre?', 'La contemplación', 'Crónicas de bar', 'El hombre no mediático que leía a Peter Handke', 'La ciclista de las soluciones imaginarias' y 'El olvido de Bruno'. Parte de su obra ha sido traducida al italiano, inglés, francés y portugués.